jueves

Hay un punto en que miras tus manos y decides correr.

No sabes que crear con ellas, cómo usarlas, cómo mantenerlas activas.

Así que decides cortártelas, al igual que los ojos, para no ver que locura estás a punto de cometer.

Y eres ciego, y vives en esa ceguedad sin manos ni nada, quizás solo oyendo o pretendiendo que lo estás haciendo.

Y caes, caes tan duro como nunca habías caído, y te gusta, porque es agradable caer de vez en cuando, es agradable moverte, desplazarte, hacer algo y no solo correr o detenerse.

Es agradable caer ciego y sin manos, sin saber a que atenerse, sin ver mas allá, y caer solo por caer y no tener ganas de levantarse, porque si caes quieres disfrutar bien tu caída para no volver a hacerlo, o para no caer de la misma manera.

Y sigues cayendo, y no sabes en que clase de red te estás metiendo, que te afirma, o que te impulsa a seguir cayendo, o que es lo que no te impulsa a levantarte.

Hasta que lo averiguas; y no es un rayo de luz o alguna alianza bíblica la que te sostiene, sino que es una mano, allá en el fondo del universo que a veces te ayuda a caer y a veces te ayuda a levantarte, y por eso es agradable caer así, con aquella mano, o levantarse así, porque sabes que de alguna u otra forma estará ahí, aunque no sabes por cuanto tiempo.

¿Será una mano o un pie?

¿Será un brazo o una cabeza?

No lo sabes, y aún así la incertidumbre es lo que te mueve con mayor intensidad, lo que te impulsa a seguir cayendo o a seguir levantándote (ya no sabes que es arriba ni que es abajo) y ese mismo impulso idóneo y puro, pasional y desatado es el que te lleva con mayor seguridad a desmembrarte y no ser ni ojos, ni manos, ni boca ni piel, solo un trozo de corazón flotando en la inexactitud de un abismo donde…

¿caes o te levantas?

No hay comentarios: