- No. No puedo – Susurró después de un rato, cuando ya estaba excitado encima de Ella, sacándole la ropa interior. Lo intenté una vez más.
- Basta. Te dije que no puedo… no quiero. – Quitó mi mano de su muslo, y se sentó en la orilla de la cama.
Estaba confundido, siempre que Ella venía los martes por las tardes y se quedaba a dormir significaba que nos acostaríamos, y tendríamos sexo tantas veces que al otro día en las clases de las ocho no podríamos levantarnos, e iríamos a las diez. No se me ocurrió nada mejor que hacer que buscar mis cigarros y fumar. Nisiquiera intenté preguntarle por qué, pues sabía que Ella no se aguantaría las ganas de contarme sus razones. Era uno de sus encantos; hablar de sus razones, de lo que la impulsaba, de su verdad.
- Volví a verlo. – susurró con su voz tan tenue que presentí lo que vendría: lágrimas.
- Nos miramos, y luego, con nuestra sonrisa supimos que el tiempo nunca había pasado, que nada podía cambiar lo que vivimos. Nisiquiera tú… –Dijo esta última frase como si le doliera más a Ella que a mí. Pero no sabe, nunca sabrá.
- No hablamos del pasado, ni del futuro, nisiquiera recuerdo que habláramos tanto, solamente nos miramos. Al carajo mandamos la celebración, nuestra mejor amiga que era la cumpleañera, el alcohol, el olor a tabaco, la gente, el ruido. Supe que con esa mirada me decía todo; me pedía disculpas, me retaba por las tonterías que hice, me disculpaba, me pedía que volviera con él, me decía que haría todo por estar conmigo, me suplicaba que te dejara...
- ¿Dejarme? ¿Dejar qué? Solo nos acostamos de vez en cuando, cuando vienes a ayudarme a estudiar, o simulas hacerlo, cuando te sientes tan mal que no puedes irte a tu casa, o cuando decides huir de ella.
- Bueno, entonces dejar esto. Dejar de venir con la excusa de que te enseño cosas, dejar de venir cuando te necesito, o cuando quiero escapar de mi casa… simplemente dejar de venir.
- Hazlo. Poco me importa.
Sentí en ese momento que “partía su alma en siete pedazos” como Ella solía decirle. Si bien era verdad que poco me importaba… a veces creía que sí. A veces me importaba verla sonreír todos los días en clases, me importaba mirarla desde lejos mientras dibujaba algunos garabatos en su cuaderno, me importaban las palabras que escribía al azar en el mío. Aunque quizás en ese preciso momento, en realidad, poco me importaba. Solo quería que se fuera, que me dejara en paz. Me incomodaba tenerla allí, semi desnuda, semi llorando, semi confesándose. Quizás me importaba por el hecho de que estuviera llorando, pero no, Ella siempre llora, así que poco me importaba que lo hiciera una vez más.
Ella miró la hora, sabía que no podría irse a las tres de la mañana, menos a su casa al otro lado de la ciudad. Se conformó con encender un cigarro y vestirse. Lo sabía, lo veía en sus manos, en su piel, que tenía ganas de salir corriendo cuando pudiera, de dejarme allí, desnudo y excitado (aunque ya no tanto) preguntándome por qué carajo quiso irse a esta hora, pero estaba atada, y se cuanto Ella odia estar atada, así que comenzó a llorar con más fuerza, pero silenciosamente.
- ¿Siempre fuiste tan idiota? Antes no te recordaba así…
- Era todo un caballero solo para acostarme contigo.
Ouch, otro golpe. Sabía cuanto le había dolido. Pero Ella continuaba… a pesar de que lloraba con facilidad, me sorprendió que aún se quedara, al parecer no era tan débil como pensaba. A pesar de esto, creo que el golpe le dio fortaleza, porque se secó las lágrimas y continuó hablando.
- Luego, después de la fiesta le pedí quedarme en su casa. Como siempre, no quería llegar a la mía. Él por supuesto accedió, y no con malicia, pues estaba dispuesto a dormir en el sillón. Le pedí que durmiera conmigo en su pieza. Me costó convencerlo, pero lo hice, y no porque le prometí tener sexo, sino porque quería dormir con Él. Hablamos durante un par de horas de cosas triviales, sobre lo que había hecho, como estaban un par de conocidos míos y de Él, como estaba su vida y la mía ahora. Le hablé un poco de ti, aunque como te había contado, ya sabía de tu existencia.
- ¿Qué le contaste?
- Le conté como te había conocido, y cuanto te había querido en ese entonces. Me preguntó si era feliz contigo.
- ¿Qué le respondiste?
Aunque ya sabía la respuesta decidí preguntarle de todos modos. Ella decidió ignorar olímpicamente mi pregunta.
- Le hablé de las cosas que tenemos en común tu y yo, y de lo bien que congeniamos. Le conté de nuestra situación de ahora, de nuestras andanzas en círculos, de cómo el sexo se había vuelto entre rutinario e inevitable.
- Supongo que en ese momento Él fue feliz, porque se dio cuenta de que lo tuyo y lo mío no resulta…
- No. Él no es así. Me vio como le contaba todo con tristeza, y me abrazó. Había olvidado como eran sus abrazos y cuanto me contenían al estar mal. Comencé a llorar, como siempre. Luego le pedí por favor, que me recordara como se hacía el amor, que lo había olvidado estando tanto tiempo contigo.
- ¿Y lo hicieron?
Aunque ya sabía nuevamente la respuesta, decidí interrogarla. Sabía que a Ella le costaba dar detalles de tipo sexuales, así que tenía que obligarla. De todos modos, quería saber.
- Sí…
- ¿Y cómo fue?
- Fue… bonito. Hace demasiado tiempo que no me sentía tratada con tanta ternura. Lo hizo suave y lentamente como disfrutando cada instante y tratando de extenderlo al máximo. No me mordió y me trató con suavidad, como si fuera la primera vez que lo hiciéramos, o como si fuera virgen. Me susurraba frases bonitas, a medida que sus manos iban recorriendo mi cuerpo. – Cuando ella comentaba cada frase sonreía, como ocultando un secreto. Me intrigaba un poco lo que ocultaba.
- ¿Eso es para ti hacer el amor?
- No. Eso es para mí como Él hace el amor.
En ese momento decidió irse, sin importar la hora. Sabía que lo haría, y traté de impedírselo sin conseguir nada. Me besó, con tanta ternura, como solo Ella sabía besarme, finalmente sonriendo. Me susurró un par de palabras que no recuerdo, y se marchó. Guardé aquel beso y aquella sonrisa en algún lugar de mi mente, junto con el primero, junto con la única vez que bailamos, junto con las tardes de risas y alcohol, junto con los juegos previos al sexo, junto con las lágrimas y las confesiones, junto con las canciones cantadas, junto con las cartas, todo.
En aquel momento sabía que aquel beso era la despedida, pero tenía el presentimiento de que al otro día la volvería a ver, en clases, riendo escandalosamente por algo que dijeron sus amigas. Tenía el presentimiento de que en una semana más no acostaríamos de nuevo y las conversaciones y los intentos por ser amigos quedarían nulos después de eso…pero no.
Pasó el tiempo, como suele pasar en este tipo de casos, lenta y silenciosamente, y supe rumores de Ella. Supe que Él le había propuesto matrimonio hace algunos meses atrás, y que Ella le había pedido un tiempo de descanso, y fue durante ese descanso que me conoció. El descanso debía durar cuatro meses, y que hablarían del tema para el cumpleaños de su amiga, en su reencuentro. Durante ese tiempo no podían hablar, ni llamarse, ni comunicarse de ninguna manera y así lo hicieron. Un día después del final del descanso, Ella se fue de mi casa con más fortaleza que con la que llegó, y con algunas palabras guardadas, y un beso de despedida.
Mi suposición instantánea al saber esta historia era que ella finalmente aceptó casarse con él. Pero no, me equivoqué nuevamente con Ella. Ella lo rechazó y me di cuenta de cuan poco la conozco. Nuevamente me sorprendió, y no solo a mí, sino también Él, abandonándolo y yéndose lejos de esta ciudad. Nadie sabe con precisión donde se fue, pero tengo una leve idea. Se marchó, llevándose con ella el trozo de mi corazón que había reparado. Se lo llevó y lo hizo desaparecer.
Ahora que ha pasado el tiempo, me doy cuenta de cuanto no la entendía, de cuanto la ignoraba, de cuanto la desconocía. De hecho, ahora que no está la comprendo mejor que cuando estaba. Quizás es uno de los privilegios que tiene la ausencia. Ahora entiendo con cuanto afán intentó hacerme feliz, sin conseguirlo completamente, como yo lo hacía con Ella. Sabía que la respuesta a la pregunta sobre su felicidad conmigo era “a ratos”, tal como Ella lo hacía conmigo. A pesar de lo vacío que me sentía me gustaba hacerla reír, me sentía un poco menos vacío. Pero Ella era tan risueña, que no bastaba mucho para hacerla reír, como también para hacerla llorar. Y ese era el juego, tratar de hacerla reír más veces de lo que la hacía llorar, aunque a veces me parecía imposible. Quizás esperaba con tantas ansias que Ella, o cualquiera, llenara aquel vacío, que me olvidé completamente de Ella. Quizás también fue culpa mía que se marchara, y no solo porque quiso escapar de un matrimonio. Quizás debí intentarlo y no solo culparla de los fantasmas de mi ex. Quizás debí impedir que esa noche se marchara, quizás debí hablar menos y escucharla más. Perhaps, perhaps, perhaps.
Creo que, a pesar de todo, aún espero que Ella aparezca un martes por la noche haciendo de mis noches más calidas. Sé que si no viene Ella, vienen otras más, pero no me importan. Aún espero a que regrese nuevamente, para demostrarle esta vez como yo se hacer el amor.
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