Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Diez.
Veinte. Treinta. Cuarenta.
Cien. Doscientos quince. Trescientos cuarenta y cinco. Novecientos treinta y dos.
Tres mil.
Cada momento archivado, guardado perfectamente para que salga en el peor de los momentos, o en el mejor, para justificar una acción, para odiar una acción. ¿En realidad quería(mos) esto?
“Un paso hacia mí y dos latidos.
vuelcos al corazón y cuatro preguntas al azar.
Sin olvidar los cinco latidos que desbordan mi garganta mientras me miras.
Y ya son seis las horas que hemos hablado
y en siete minutos tomaste el primer tren a casa.
Ocho fueron los días que tardaste en gustarme
y nueve son las horas que pasamos diariamente juntos.
Pero todo se descontroló en ocho centésimas de segundos
cuando decidiste alejarme de ti y abstenerme siendo tu amiga.
No me diste ni siete segundos para convencerte
que mi corazón se partía en seis pedazos cuando tomaste tu determinación.
Desde entonces, cinco veces he intentado ser tu amiga,
pero son cuatro las razones que no me lo permiten:
tres años que olvidé gracias a tí,
el primer beso del día dos de abril,
y cuando bailamos por una y única vez al ritmo de una canción olvidadiza mientras nuestros labios se unían susurrándose mutuamente cuanto nos queríamos.”
Y ahora… ¿Qué? Después de todo esto, después de las cartas, de los escritos, de las miradas, de las sonrisas, ¿Qué queda por decirnos? TODO. ¿Y qué hacemos? Ignorarnos. Prometernos un odio profundo y siniestro que nos lleva hacia ninguna parte después de tanto… después de tanta intensidad… después de todo… terminamos atentando contra nosotros mientras cargamos luces en el mar.
Y no, no quería esto.
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