domingo

Me llamo Bárbara. Sí, Bárbara, y por mucho que repitas mi nombre no me adecuo a él. Nunca lo he sentido mío, como mi piel o mis manos, sino como algo ajeno, algo impuesto, algo que es prestado.

Cuando tenía siete años, le pregunté a mis padres porqué me llamaba así, y de donde habían sacado mi nombre. Mi padre me respondió algo simple: le gustaba el nombre, y lo había sacado de un libro que leyó hacía mucho tiempo. Yo, con mis ansias de saber mas siempre (que se me quitaron en un par de años posteriores) quise saber qué libro era, para leerlo de inmediato. Pero mi padre, conteniéndome, me dijo que no podía leer ese libro, que esperara un par de años para así poder comprenderlo.

A los doce entendí por qué; la historia era de una señorita, que la violaban cinco hombres. Luego, a raíz de eso, comenzaba a fortalecerse, a ser independiente, valiente… cualidades que siempre me ha inculcado mi padre.

“Las mujeres siempre están esperando; un hombre, un recuerdo, un amor, un hijo. Tú no esperes. Ve directamente hacia lo que deseas, míralo a la cara, enfréntalo y no seas como el resto de las mujeres débiles. Por algo tienes nombre de guerrera” decía mi padre.

¿De guerrera? ¿Contra qué debo luchar? ¿Contra mi misma? ¿Contra los daños que provoco “no esperando y yendo hacia lo que deseo”? ¿Acaso ese mismo nombre no sería mi carga como el de la protagonista? ¿Y si soy independiente, no me estoy olvidando del resto? Pero lo que mi padre olvidó fue todo lo malo de “Doña Bárbara”: El impulso de no ser atada, el maquiavelismo por conseguirlo todo, el instinto animal y frenético de dominar a todos, y una cantidad irreconocible de personajes para poder obtener lo que desea. Y obvio, cómo olvidar el final infeliz para aquellas personas; o solas, o quemadas, o ahogadas, y solas… a pesar de todo, solas.

¿Cuántos más significantes puede un nombre? “Bárbara, de origen germánico, significa la extranjera”. Sí, olvidaba aquello… olvidaba aquellas letras que siempre han estado plasmadas en mi piel:

E – X – T – R – A – N – J – E – R – A.

Nisiquiera me reconozco en mi propio cuerpo, en mis propias palabras, no estoy en ningún lugar. No soy de ningún lugar. Siempre seré aquella alma errante, y extranjera en su propio cuerpo, en su propio mundo que ha creado con tanto cuidado y detalle, y que es destruido en un santiamén para volver a construirse uno totalmente igual.

¿Pero entonces, como habría de llamarme? ¿Beatriz? ¿Anaís? ¿Romina? ¿Acaso no me viene éste nombre a la perfección? ¿No me detalla en cada uno de mis más íntimos lunares? O quizás soy un simple juguete del destino, de su nombre.

¿Pero y esto, a quién le importa?

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