Recuerdo cuan nerviosa estaba aquel día. Desde hacía bastante tiempo que quería verte, hablar contigo, salir, así que ese día decidí llamarte (sabía que tus clases terminaban temprano) e invitarte a salir. Hacía bastante tiempo que no salíamos, y era muy común vernos cada fin de semana, así que accediste de inmediato, a pesar de que estuviera lloviendo.
Aquel día fui a buscarte a tu universidad, (que ahora también es la mía) y no sabía donde quedaba tu facultad, así que estuve perdida vagando durante mucho tiempo. No me importó demasiado, porque estaba lo suficientemente nerviosa como para llegar al menos media hora antes, y caminar para calmarme. Caminaba y caminaba y no podía encontrar la maldita calle Vergara ni Sazié ni nada que se le pareciera, hasta que me llamaste preguntando donde estaba. Había olvidado mi nerviosismo, y la razón de porqué quería verte hasta que me llamaste. Mierda.
Nos juntamos en otro lugar, y ese día no pude conocer tu facultad. En realidad en ese momento lo que menos pensaba era conocer tu facultad. Caminamos bajo la lluvia durante mucho rato a través de calles que desconocía, mientras me hablabas de tus clases, cuanto te gustaban, tus profesores, tus amigos nuevos. Caminamos, y tú conocías perfectamente bien todas las calles (como aún lo haces), hasta que llegamos a Quinta Normal. En ese momento no sabía que era Quinta Normal ni tú tampoco me lo dijiste, pero no importaba; estaba contigo en un día de lluvia, nada podía ser más perfecto.
Nos sentamos, y continuamos hablando. Olvidé mi nerviosismo por completo, por las tonterías que hablábamos, por las risas, por las hojas, hasta que lo recordaba, de pronto, por la razón de mi insistencia en verte. Aún así decidí no decirte nada hasta que nos despidiéramos.
Cuando dejó de llover nos fuimos (que irónico, ¿no?) y me prestaste tu chaqueta porque tenía demasiado frío. No, no te preocupes, no tengo frío. Barbie, estás tiritando. No, si siempre tirito. No es cierto, ya, ponte la chaqueta. Caminamos de nuevo a través de Santiago, hasta la micro que siempre nos ha trasladado hasta nuestras casas, la misma. Seguimos hablando, mirando como afuera, en aquel Santiago nocturno, llovía con más intensidad.
Era hora de despedirnos… y de entregarte una carta. Jamás en mi vida le había escrito a alguien, o quizás si lo había hecho, pero no se lo había mostrado. Trataba de que nadie me viera escribiendo, para que nadie preguntara. Trataba de que nadie se diera cuenta de que sentía lo que sentía por alguien. Trataba de siempre pasar inadvertida… hasta aquel momento en que decidí entregarte mi carta, declarándome. Tú eras demasiado reservado como para decir algo, si es que lo sentías por mí, así que por primera vez en mi vida decidí ser yo quien diera el primer paso.
Es increíble que hasta el día de hoy pudiera recordar el contenido de aquella carta, palabra por palabra. La repetí, la releí, la reescribí tantas veces que terminé por recordarla más de lo que quería, y lo comprobé, ahora, que encontré el borrador de aquella carta, junto con las mil y una frases que escribía para ti que se hicieron añicos. Era como una especie de diario de vida, en que página por medio sufría, página por medio era feliz, hasta el final, obviamente, escrito con lápiz carbón y lágrimas, jurando no volver a escribir en aquella croquera, ni mucho menos dibujar. Aquella misma croquera que pretendía entregarte algún día, llena de recuerdos de cómo fue evolucionando y cambiando nuestra historia.
Ahora nada de eso me importa, solo el hecho de cuando sentía, cuanto quería y cuanto amaba. Simplemente me sorprende. Ahora no soy capaz ni de la mitad de eso… pero lo intento.
“Debe de ser difícil precisar cuando empieza el amor. Trazar una línea me parece imposible. Al principio es una cosa vaga, un cosquilleo sin motivo, un deseo efervescente de ser feliz y hacer feliz a todos en torno, un deseo alternado de llorar y reír, o de escribir una carta en que cada frase esconde; te quiero.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario